El “revisionismo” es una mala política pública
JORGE SAHD K. Director Centro de Estudios Internacionales UC
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Jorge Sahd
La declaración pública de excancilleres de centroizquierda sobre el negativo efecto de revisar los tratados comerciales y de inversión, vuelve a poner en el debate si el "revisionismo" es una buena idea o no para nuestra política exterior. El debate no se trata de un problema de derechas o izquierdas –los firmantes forman parte de la oposición al gobierno actual-, sino de buenas o malas políticas públicas.
¿Por qué el "revisionismo" de los TLC y de los acuerdos de inversión es una mala política pública? Primero, porque la aproximación hecha en Chile ha sido unilateral. En un mundo híper-integrado, el unilateralismo es una mala consejera en política exterior, más aún para países medianos y que dependen del mundo, como el nuestro. "Revisaremos y reevaluaremos los actuales tratados de libre comercio suscritos por Chile, a fin de reconocer, compatibilizar o modificar aquellas normas que impiden o dificultan a nuestro país hacerse parte del Mercosur y de otros procesos de integración de América Latina", decía la candidata Sánchez en 2018.
¿Significa entonces que Chile debe quedarse de brazos cruzados ante cualquier idea de cambio? De ningún modo. Pero toda revisión de un país que aspira a ser integrado debe realizarse de manera negociada, dialogando bilateral y multilateralmente. Por algo existen los comités de administración para revisar la implementación de los tratados o la modernización de acuerdos, como el caso de China, Reino Unido o la Unión Europea.
Segundo, el "revisionismo" es una mala política porque parte de un diagnóstico equivocado y utiliza premisas que no son ciertas. El diagnóstico equivocado, como dice la declaración de los excancilleres, es asumir que estos acuerdos han sido "imposiciones agraviantes del resto del mundo". Los datos muestran lo contrario: en materia económica, el comercio ha llegado a representar el 60% del producto, ha ayudado a impulsar el desarrollo de importantes industrias chilenas, como la vitivinícola, la salmonera y, crecientemente, la de servicios. El planteamiento "revisionista" no se alinea con las necesidades de los exportadores chilenos, quienes piden más apertura y acompañamiento en nuevos mercados, no condicionar su acceso.
La premisa del revisionismo también es equivocada. Se acusa que los tratados internacionales limitan la soberanía chilena a tal punto que restringen la capacidad de los países de definir sus propias políticas públicas. Nada más alejado de la realidad, como ha quedado de manifiesto con la proliferación de noticias falsas y demonizaciones en torno al TPP11. Ningún país firmante de ese acuerdo ha estado impedido de llevar adelante reformas, como ha sucedido con Nueva Zelanda, Canadá, Australia o México. La tendencia actual, de hecho, es a explicitar en los acuerdos la facultad de los Estados de definir sus propias políticas.
Por último, existe un intangible muy valioso: la reputación. Chile ha construido una sólida imagen como país serio, estable y que honra sus compromisos internacionales. Ganar esta reputación tomó décadas; perderla podría ser rápido si el país llega a ser percibido como impredecible en sus acuerdos internacionales.
El revisionismo no es el camino. El camino es seguir diversificando nuestra inserción internacional, buscar mercados no explorados y seguir "emparejando la cancha" para que más empresas abracen la internacionalización. Para proteger el interés nacional, Chile debe seguir honrando sus compromisos. Una actitud revisionista puede significar poner el acelerador a fondo, pero en reversa.